Bolsa de moscas

La canción de las 14:56. De lo peor del verano, sin duda, las moscas. Nadie las echa de menos cuando ve pelis con mantita incorporada. Molestan, por definición. Solo apetece cogerlas a traición y atraparlas para después estamparlas en el firme. Ahora, imaginad muchas metidas en una bolsa. ¡Una bolsa de moscas! Pesadilla. Desconozco si Úrsula y Juan Carlos son amantes de los bichos, pero acabo de descubrir que les mola la música lo más experimental posible. Este adictivo No te quiero odiar es una prueba excelente de ello.

For Your Information (FYI)

La canción de las 19:02. Sorprendo, tarde, tras días de ausencia obligada. El trabajo me llevo al mar gallego y ese suele ser muy mal lugar para dejar atrás así como así. Esta vez, solo lo pude hacer tras prometer a la última ola del Atlántico mi vuelta en pocas semanas. De regreso al infierno, encuentro canciones para regalar. A esta, Confianza brutal se llama, llego por el nombre del grupo. For your information, o mejor, sus siglas, FYI, es lo que aparece en muchos correos electrónicos que recibo un día sí y al otro, más aún. Gente sin ningún pudor, nula vergüenza y escasísimo amor por el palpitante idioma castellano escribe con palabros o expresiones inglesas que solo consiguen de mí asco, rabia e indignación. Preguntándome sin parar cómo coños nos entendíamos antes sin emplear el maldito briefing, opto por no enrabietarme más y compartir el pop oscuro de cuatro chicos de Albacete que decidieron hacer música (buena y en castellano) en Madrid.

Atzur

La canción de las 14:59. La gente está loca de atar y ahora se encuentra a través de eso que llaman aplicaciones de citas. Tinder es la que manda, aunque, me dicen, hay otras que directamente lo petan. La española Patricia y Paul, un batería de origen austriaco-iraní, no se conocían de nada hasta que coincidieron en uno de esos ultramodernos flechazos cibernéticos. No sé si primero se quisieron o si, nada más conocerse, se pusieron a hacer música. Sea como fuere, lo segundo lo bordan.

Phoebe Bridgers

La canción de las 18:51. Di la bienvenida al verano trabajando sin mesura. Tengo buena memoria y la sospecha cierta de que en primavera me sucedió algo similar. No me quejo, solo escribo. Cometo hoy, con la calorina ya amenazando, un pecado venial al dar espacio en este blog a alguien que ni canta en castellano, ni participa de eso que ahora llamamos músicos emergentes, porque lo de indies cuela menos que mi fregadero. Esa es la norma. Ahora, la excepción. Desde el pasado viernes, no sale de mi cabeza la cada día más maravillosa Fort Da, de Xoel López. En un verso de la cancioncita de marras, el genio coruñés canta aquello de “Sonaba Phoebe en esta casa / sonaba todo lo que daba“. Curioso enfermizo que soy, busqué quién podía ser esa Phoebe (todos los que en algún momento vimos Friends sabemos que la llaman Phoebe, pero se dice Fibi), hallé a Phoebe Bridgers y aquí me tenéis, cautivo y desarmado, entregado a sus bellísimas canciones.

Alejo

La canción de las 15:16. Soy facilón. Escucho una canción que empieza así: “Me tocó el papel de loco, como en Amanece que no es poco” y me quedo. A vivir, si es necesario. En aquel peliculón de Cuerda se elegía de todo, desde alcalde hasta puta, pasando por profesor, adúltera, marimacho y hasta homosexual. También loco. El navarro Alejo Huerta prescinde de su apellido; curiosamente, el lugar del que brotaban los hombres en aquella imprescindible obra maestra del séptimo arte, para cantar y tiene talento para hacerlo. Su bello timbre de voz me recuerda al del amigo David Quinzán y eso por aquí suele gustar.

Triángulo de amor bizarro

La canción de las 16:11. Primera historia: Adoro a mis amigos que emplean compulsivamente el adjetivo bizarro. A mis amigas que también lo hacen, más aún. Su uso, y cierto abuso, es una demostración real de cómo se va construyendo el idioma. Hasta hace nada, alguien bizarro era alguien valiente y generoso, incluso arriesgado, muy alejado de la rareza y la extravagancia que se le presumía al palabro. Desde hace un par de añitos, la sacrosanta RAE admitió ese uso alternativo y, para qué mentir, la vida cambió un poquito, sobre todo para los mismos amigos de antes, que respiraron aliviados por no tener que aguantarme corrigiéndolos. Segunda historia: Cuento las horas para que vuelva ese día de cada agosto en el que, desde una mágica playita de la Illa de Arousa, divise Boiro. Tercera (y última) historia: Una canción de los míticos New Order atendía al nombre de Bizarre Love Triangle. Conclusión: lo nuevo del grupo de Boiro Triángulo de Amor Bizarro suena estupendo. Aquellas historias fueron las alforjas; estrella solitaria, el viaje.

Xoel López

La canción de las 14:47. Jugué a imaginar a alguien que, a estas alturas del partido, con tantos tiros pegados, no conociera a Xoel López. Preferí, por lo que fuera, pensar en una mujer. Buena, a poder ser. Mucho mejor, dónde vas a parar, una a la que le gustara la música. Envidia. Solo envidia. Sana y de la otra. Imaginad empezar a pasear por el cancionero del genio coruñés, virgen ante el asunto. Placer. Solo placer. Hoy es fiesta porque Xoel está de vuelta. Para colmo de bienes este Fort Da (buscad a Freud y encontraréis) suena a aquello tan glorioso que el tal López llamó en su día Deluxe y esos son palabras muy mayores. Gracias por volver y por hacerme imaginar.

Drug Holiday

La canción de las 15:07. Para descansar hay que cansarse antes. Para dejar de tomar drogas hay que haberlas consumido antes. Perogrullo puro. Drogado o no, me entero bastante poco de esto que tocan y cantan los barceloneses Daniel Marín, Gonçal Bea y Roser de Sans. Como siempre digo, poco me importa. Sé, eso sí, que se preguntan, ahora que termina, cuándo nace la primavera. Y me parece una cuestión más que oportuna. Sobre todo si, para contestarla, nos brindan tres minutitos bien bonitos.  

Quinto cuarta

La canción de las 15:12. Recuerdo el piso y la letra de algunos pisos en los que viví; de otros, no. Hubo un original Primero B, luego más, y ahora un reiterativo Cuarto Cuatro; allí, al fondo a la derecha, como los servicios de los restaurantes, pero en un pasillo sacado de un hotel neoyorquino que, a ciertas horas, da pelín de canguelo. En un Quinto Cuarta coincidieron cuatro chavales de Cornellá, estudiantes de Universidad, para empezar a tocar. Y tocaron.