La canción de las 16:11. Primera historia: Adoro a mis amigos que emplean compulsivamente el adjetivo bizarro. A mis amigas que también lo hacen, más aún. Su uso, y cierto abuso, es una demostración real de cómo se va construyendo el idioma. Hasta hace nada, alguien bizarro era alguien valiente y generoso, incluso arriesgado, muy alejado de la rareza y la extravagancia que se le presumía al palabro. Desde hace un par de añitos, la sacrosanta RAE admitió ese uso alternativo y, para qué mentir, la vida cambió un poquito, sobre todo para los mismos amigos de antes, que respiraron aliviados por no tener que aguantarme corrigiéndolos. Segunda historia: Cuento las horas para que vuelva ese día de cada agosto en el que, desde una mágica playita de la Illa de Arousa, divise Boiro. Tercera (y última) historia: Una canción de los míticos New Order atendía al nombre de Bizarre Love Triangle. Conclusión: lo nuevo del grupo de Boiro Triángulo de Amor Bizarro suena estupendo. Aquellas historias fueron las alforjas; estrella solitaria, el viaje.