La canción de las 15:12. Hubo un día de este ya añoradísimo verano en el que estuve a punto de ver en directo a los Sexy Zebras. Cogí entradas para uno de esos misteriosos conciertos en los que no sabes a quién vas a ver y erré por tres o cuatro horas de nada. Llamadme prejuicioso, imbécil al fin, pero desconozco el motivo por el que nunca me llamó la atención su música. Poco a poco, entro en sus canciones, más rápido aún desde que conozco su pertinaz militancia en eso tan mágico llamado barrionalismo. Con los Rufus, ya sabéis, ni prejuicios, ni leches; solo disfrute. Unos y otros me dan la energía suficiente para sobrellevar ausencias, más añoradas incluso que el último verano, para que el abismo no se haga insalvable.