La canción de las 15:37. Mi madre me cantaba canciones de Nino Bravo incluso antes de que yo naciera. El portentoso valenciano murió un mes de abril y yo aparecí por aquí pocos días después. Una noche de farra, muchos años más tarde, mis amigos y yo escuchamos una versión del mítico Un beso y una flor, que hablaba del maltrecho cerebro de un pucelano. Si aquella noche se nos hubiera ocurrido hacer un grupo, lo hubiéramos bautizado Niños bravos. Pero ya no éramos niños y bravos nunca fuimos. Mansos, si acaso. Los estupendos Bearoid y St. Woods, profusamente ponderados ya en este modesto blog de músicas e ilusiones, se han unido con Rita, de Tiburona, y Miki, de Jack Bisonte, para hacernos la vida mejor. Lo empiezan a lograr.