La canción de las 18:17. Hubo un tiempo, muy malo, en el que no creía casi nada de lo que me contaba mi padre. Hubo otro, mucho mejor, en el que fue justo al contrario. Todo, dijera lo que dijera. De mi abuelo no sé casi nada, pero mi padre me contó un día que estuvo presente en el atentado contra Alfonso XIII el día de su boda, (la del rey, porque la de mis abuelos estoy tratando de averiguar cuándo fue), el 31 de mayo de 1906. Y me lo creo. ¿Qué gano no haciéndolo? Además, cuadra todo. Mi abuelo fue muy mayor siempre, vivía en Madrid por aquella época y, cuando no ganaba suficiente como camarero, conducía carros de caballos. Se libró por los pelos de la bomba que lanzó Mateo Morral desde el tercer piso del número 88 de la calle Mayor. Lo único que no me quedó nunca claro es si mi abuelo conducía la carroza de delante o la de detrás en la comitiva real, pero, como el rey, salió ileso. Mi madre, huelga decirlo, nunca lo creyó. Si mi padre hubiera sabido que, más de un siglo después, cuatro tipos se harían llamar Mateo Morral para cantar, tampoco lo creería.
Qué casualidad y qué bien escrito, como siempre.
Que tengas buen día. Aquí está el día tristón, como no podía ser de otra manera.
Te quiero mucho, hermano. Nos vemos pronto.