El milagro de Aranjuez. Rufus T. Firefly en concierto

Asistí a la momentánea despedida de Rufus T. Firefly con ánimo de encendida gratitud y esperanza de desbocada emoción. Los chicos de Aranjuez son ejemplo auténtico de amor por la música y demostración de casi infinito talento. Verdaderos jornaleros de la música, chavales con otros trabajos además de sus canciones, que nunca han desistido hasta lograr lo que han conseguido: hacer uno de los mejores discos de la década en España (Magnolia, 2017) y convertirlo, junto al añadido de Loto (2018), en uno de los más sobresalientes directos de la escena nacional. Por lo tanto, para empezar, gracias indisimuladas y enhorabuenas ilimitadas.

Llenamos, con semanas de antelación, La Riviera madrileña. Víctor Cabezuelo, líder, cantante y cabeza pensante de la formación, ya había advertido que no dirían ni una palabra durante las dos horas y cuarta que duró la sentida velada. Que literalmente no podían por la emoción que sentían al ver que su sueño se había convertido en realidad. Y se les veía en el rostro. Antes, durante y después. Y no son de mentir. Son de dar amor. Y punto.

Aprovecharon el inicio del espectáculo para agradecer, por escrito y por gigante pantalla plana, estos dos últimos años a todo el mundo. Y servidor se dio por enterado y solo acertó a decir para sus adentros: “De nada. Solo faltaba. Con lo bien que me lo he pasado con vosotros”. Y sonaron, una tras otra, y en mágico formato de cuatro actos, las 18 canciones (19 con el mágico y ya tradicional añadido de “Pompeya“) que conforman esa mágica doble entrega llamada Magnolia y Loto.

Y, sinceramente, no todas sonaron todo lo bien que su perfección merece. Sería esa Riviera que alguna que otra noche suena a lata, serían los nervios de la noche o quizá que la apuesta musical de los Rufus es tan arriesgada que ecualizar de manera sobresaliente tanto sonido se hace, a veces, misión imposible. Afortunadamente les he visto pletóricos en algún que otro escenario mejor sonorizado, o sea que sé perfectamente de todo lo que son capaces.

Tampoco me pareció lo más acertado no presentar de viva voz a los formidables invitados que se pasaron por el escenario entre acto y acto haciendo versiones de los anteriores, también sobresalientes, discos de los Rufus. Casi todo el mundo conoce ya a Alice Wonder, nadie con dos dedos de frente discute que Nina, la cantante de Morgan, posee la mejor voz femenina del momento, y a estas alturas se sabe perfectamente que Manuel Cabezalí y Zahara hacen cada noche preciosidades como la que ayer dejaron para la eterna posteridad allí en La Riviera.

Es más, no sé si todo el mundo en la atestada y emocionada sala fue muy consciente de que un animal con melena, barba y bigote llamado Julián Maeso fue quien dio una lección al teclado en la espectacular versión, de lo mejor de toda la noche, que hicieron de “Cristal Oscuro“. Por cierto, otro de los invitados, el baterista Carlos Pinto acompañó también al grupo en esa brillantísima versión extendida y más de uno echó una lagrimita pensando que tres excomponentes de los Sunday Drivers; el otro, por supuesto, al bajo, Miguel de Lucas, volvían a compartir escenario.


Resultaron muy emocionantes canciones ya justamente elevadas a la categoría de himnos como “Magnolia“, “Nebulosa Jade” o la brutal “Río Wolf” y confirmamos que no hay batería en España como Julia Martín-Maestro ni grupo al que se le oiga mejor y más imperial el portentoso bajo.

Terminaron fundidos y a punto de la lágrima los chavales de Aranjuez. Como símbolo de despedida acabaron arrojando al público los psicodélicos fulares que han servido para cubrir sus sintetizadores durante dos años de éxito, tan relativo en términos absolutos como absoluto en todos los demás términos. No acerté a ver qué hicieron con ese pequeño dragón tan simbólico como cabalístico que situaban noche tras noche, ayer también, sobre uno de aquellos teclados.

Nos dijeron adiós y nos despedimos con el mayor y más profundo de los agradecimientos. Dicen que volverán haciendo cosas muy diferentes. Les creo tan capaces que agotaré la espera disfrutando del regusto que deja el milagro de unos chicos normales de Aranjuez.

11 de abril. Lígula

La canción de las 20:11. Tiene la voz de Ignacio, imagino que Nacho, Fernández un temblor característico que domina toda la música que hace este septeto madrileño llamado Lígula. Acaban de sacar su segundo disco al mercado y han cambiado, dicen, el inglés por el español. No escuché nada del primero, mas sí el nuevo; bello en fin. No me los imagino en inglés, ciertamente. Su música está hecha, como ocurre tantas veces, para el castellano más sentido.

10 de abril. Amigos imaginarios

La canción de las 15:33. Hablo, a diario, con amigos imaginarios. No existen, pero me hacen la vida más sencilla. No me piden demasiadas explicaciones y sólo les cuento lo que necesito contar. Los cambio por otros nuevos cada semana, salvo a uno que, directamente, no me pregunta nada. Santi Campos es el líder de Amigos imaginarios, proyecto tan pequeño como hermoso. Después de algún que otro lustro de silencio, acaba de sacar un nuevo disco. Pero hoy viene aquí porque esta noche le voy a ver de cerca, en directo, e intuyo que me voy a emocionar. Le pregunté si iba a tocar esa joya llamada “Entre la tormenta y el aguacero” y me dijo que no. Por contra, me conformaré, feliz cual lombriz, con este precioso “Cabos sueltos“. Que no es cualquier cosa, sino todo lo contrario.

9 de abril. Delbosque

La canción de las 15:28. No hay duda. Una de las mejores canciones que escuché en todo aquel tormentoso 2016 fue Canción para odiarte, un auténtico himno parido por los onubenses Delbosque. Tres años después, son ellos mismos los que me escriben para hacerme partícipe de su nueva criatura. Soy muy bien mandado, pero aún más exigente y si vuelven a pasarse por aquí es porque este ¡¿Sí o no!?, así con compulsión de interrogaciones y exclamaciones, también me gusta. E intuyo que cada vez lo irá haciendo más.

8 de abril. Malachi Estéreo

La canción de las 15:27. Efectivamente, todo el mundo sabe cómo hacerlo. Lo digo yo y lo cantan, ojito a los nombres, Zorro Marrón, Albert Julve y Bob Gonzales. Deben vivir en Barcelona, aunque algún tonillo argentino tienen, y atienden por el chanante nombre de Malachi Estéreo. Los que mejor les conocen dicen de Malachi que es “rock, es duro, un balonazo en las bolas y es bizarro”. No seré yo, que casi no sé hacer nada, quien les lleve la contraria.

Un gigantesco rumor.
Fabián en concierto

¿Qué a quién dices que vas a ver?“. Me pregunto cuántas veces tendré que seguir contestando a esa pregunta cada vez que digo que voy a un concierto. Con Fabián siempre me ha sucedido. Todas las veces que le he visto. Todas las veces que he sido feliz disfrutando de uno de los mejores letristas y compositores del país. Pues es un chico de León, alto para su edad, digo. Y muy bueno.

Estuve ayer en el estreno de su disco en Madrid; bueno en realidad, en el debut en directo de esa estupenda maravilla titulada “El rumor de los tiempos”. Y no lo pasé tan bien como en otras ocasiones, aunque mucho mejor que en la inmensa mayoría de los momentos de mi vida. Desde la distancia, noté al gigante Fabián algo nervioso, más tenso que de costumbre, con problemas de afinación y alguno que otro de sonido a través de su oído derecho. Y, como así lo vi, así lo escribo.

Sería porque era la primera vez que mostraba en público a su sexta criatura, porque casi ninguno de sus compañeros de generación (Marwan, Manuel Cuesta, Txetxu Altube, Zahara, Andrés Suárez, Edu Vázquez o Willy Naves) se lo quiso perder, porque no se encontraba demasiado cómodo con su traje de señor mayor o, directamente, porque entre el público estaban sus afortunados padres, aquellos triunfadores de algún disco pasado.

Eso sí, sonaron perfectas algunas de las canciones que forman parte de su última entrega. La que le da título para empezar y otras espléndidas como “Artista“, “San Juan“, la valentísima “Venlafaxina” (¿cuándo seré capaz de decir yo lo que canta Fabián?) y, especialmente, “El Rey Pescador“, preciosa joya ya en el disco, aún más si cabe en directo.

Eché en falta algún clásico más, hubo tres o cuatro mal contados, pero siempre me sucede lo mismo con Fabián, dueño de un bellísimo cancionero lleno de algunos de los mejores poemas musicados de la última década en España. Eché de menos, igualmente, ese ratito acústico de sala pequeña y emoción enorme; justo cuando el gigante leonés demuestra también lo fenomenal guitarrista que es.

Por contra, disfruté de lo poderosas que suenan ahora algunas de esas canciones tranquilas electrificadas hasta el más bello de los extremos.

Releo lo escrito y parece que lo pasé mal. Todo lo contrario. Emocionarme con la música no tiene precio y en la fresca noche madrileña lo volví a sentir. Será que Fabián se ha hecho mayor y yo demasiado exigente.

3 de abril. Noise Box

La canción de las 18:21. Era, en tiempos, algo estéticamente relevante aplicar un adjetivo a un sustantivo con el que no tuviera demasiado que ver. Desconozco el nombre de aquella figura retórica. Tampoco sé yo si habrá música elegante, pero en el caso de que algo así existiera, los murcianos Noise Box representarían una dinastía poderosa dentro de esa escuela tan destacada. Lo demuestran, con creces, en su última entrega. La llaman “On and Off” y se quedan tan anchos. Elegantes, pero anchos.

2 de abril. Jus Kno’

La canción de las 19:26. Escribo medianamente tarde; fue el sol reinante el que me confundió. Yo sabía que Paradox me sonaba a algo. Lo asocié, desconozco el porqué, con mi adorado Tintín, pero la cuasi falible Wikipedia me desmintió al instante. Entonces, busqué en mi memoria. A veces sé hacerlo y el viaje es de lo más apasionantes que conozco. Tras un rato de agradable zozobra, apareció el polinomio deseado. No era solo Paradox, sino Silvestre Paradox. Y ahí, ya sí. “Aventuras, inventos y mixtificaciones de Silvestre Paradox“, obra literaria de Pío Baroja, que, por supuesto sin leerla, entró hace décadas en mi cuerpo como entra la sangre y allí se quedó esperando su minuto de gloria. Paradox es lo nuevo del dúo madrileño de música electrónica Jus Kno’. Y me ha dado para 5’10 minutos de estupendos sintetizadores y para 9 líneas de recuerdos.

1 de abril. Alice Wonder

La canción de las 17:59. Sigo la pista a Alice Wonder prácticamente desde que era menor de edad. No tiene demasiado mérito, pues ahora tiene solo 21 añitos, pero con semejante aseveración cuasi delictiva, sólo quiero decir que no me acabo de encontrar de golpe con su innegable talento. La he disfrutado en solitario y en compañía de mi siempre idolatrado Xoel López. Sin embargo, necesité esperar, no sé, a que empezara abril, a que por fin amenazara lluvia, a que llegaran los esperados reencuentros, a que despertara donde solía despertar… o quizá solo a que cantara en castellano y su voz me inundara del todo. Lo logra con esta maravillosa canción escrita por el vetusto Guille Galván para la película ¿Qué te juegas?, el estreno cinematográfico de Inés de León.