La canción de las 17:53. Nunca, creo, tripití con semejante velocidad. Hace solo tres años caí, obnubilado, aún lo recuerdo, ante una chica que cantaba en un euskera resplandeciente. Se llamaba Ízaro y era natural de Mallabia, en ese particular paisaje vizcaíno fronterizo con Guipúzcoa, con Ermua y Eibar a un paso. Caí rendido, repito, con aquel mágico Koilarak (Cucharas). El pasado mes de octubre designé, con todo boato, Invierno a la vista, con el universal Xoel López, como la canción más bonita del año. Del pasado y de cualquier otro. Pero es que ahora ya tengo elegida la canción más preciosa de todo el confinamiento. Se haga lo que se haga, y mira que se ha hecho ya, de aquí en adelante. Se titula Tiempo ausente y es, también, mágica. La letra es un primor, aunque me quedo con ese final Busco toda la fe en la que nunca creí. Amén.
Esta canción es para hacerle reverencias sin parar hasta que Pedro Sánchez levante el Estado de Alarma.