La canción de las 11:34. A solo metro y medio. Esa fue la distancia a la que vi tocar la guitarra una inolvidable noche de hace un par de décadas a Hendrik Röver. No sé cómo la tocarían los mismísimos ángeles, pero sí sé que durante hora y media toqué el cielo y que de allí decidí no bajar jamás. A mi hermano pequeño y a un servidor, aquellos gloriosos Deltonos nos hicieron crecer y nos llevaron a disfrutar del mejor blues en castellano que nunca jamás habíamos escuchado. Han pasado los años y Röver sigue haciendo diabluras. Más pausadas, pero diabluras a fin de cuentas. Gloria eterna.