La canción de las 14:06. Hasta los inmortales comunistas mueren. Empezó Jesucristo hace 20 siglos, lo hizo el insigne, brillante y leal paisano Marcos Ana hace un par de días; lo ha hecho, parece que esta vez sí, el menos ilustre Fidel. Como no me creo nada de nada, tampoco lo hice con aquello del oasis de libertad cubano, con eso de la mejor educación y la sanidad más sobresaliente del mundo. Para comprobarlo, hasta allí me fui hace unos cuantos añitos y mis ojos lo desmintieron. Me asqueó el vomitivo y real bloqueo yanqui, pero no menos su ignominiosa utilización por parte de los millonarios de la isla. Las casitas desvalidas y los palacetes de lujo. Música y e imparable ritmo en calle, sí, pero también infinidad de miradas perdidas en el Malecón, continuas ansias de salir y tristísimas y vergonzantes confesiones discretas después de comprobar que nadie escuchaba. Salí de allí con la convicción real de que muchos cubanos pensaban que Castro era inmortal, pero inmortal de verdad, no de aquellos de “sólopuedequedaruno”. Me fui muy triste de Cuba. Lo consideré una verdadera oportunidad perdida de llevar la contraria al odiosamente globalizador poder establecido, y por lo de siempre, por lo de toda la vida, por el radical seguidismo a un señor que, de tanta admiración, se hace rey mientras sus vasallos se mueren.
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