28 de febrero. Kiko Veneno

La canción de las 12:38. Oigo en la radio que hoy celebran en Andalucía su día. Manía ésta que tenemos de hacer jornadas específicas de algo que deberíamos celebrar hora a hora. Veo a un andaluz de pro, Kiko Veneno, en la tele, hecho ya un maravilloso señor mayor, con un fantástico bigote blanco a juego con su eterno pelo cano. Autor de imborrables himnos ideales para viajes hacia el esplendente Norte. Aquí canta: “Volver a oír entre las olas del mar / del mar profundo / la voz lejana / que me susurraba / la vida es dulce”. Gracias, caballero, por ésta y tantas cosas.
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27 de febrero. The Strypes

La canción de las 10:19. Después del desparrame rockero de Paul Zinnard y sus dos maravillosos secuaces hace solo unas horas en mi bar de confianza, no puedo parar. Que hay cantera en el maravilloso mundo guitarrero lo demuestran estos geniales y casi imberbes músicos irlandeses que, mira por dónde, sienten vergüenza. Yo, de conocerlos y de compartirlos, ninguna. De otras cosas, propias y ajenas, mogollón.

The 10:19 song. After having a whale of a time with Paul Zinnard´and his two wonderful henchmen, few hours ago in my relible bar, I cannot stop. That there is a source in the wonderful guitarist world is demonstrated by these great and almost beardless Irish musicians, by coincidence, they feel shame. Of knowing them and sharing them, I don´t feel it at all. About other things, own and else´s, a lot.

26 de febrero. Paul Zinnard

La canción de las 10:20. Hoy he venido a hablar de mi libro, o mejor de mi concierto, o mejor aún, de uno de esos que últimamente me ha dado por programar en mi, por algún que otro feliz motivo, cada vez menos decadente ciudad. Hace algún añito que otro descubrí a Paul Zinnard, justo cuando pasó por aquí. Ni se llama Paul ni se apellida Zinnard ni es americano como su estilo musical pudiera querer decir. Eso también es arte. Su nombre es Carlos Oliver y es mallorquín, pero toca y canta como los ángeles, siempre que esos individuos con alas sean tan artistas como la metáfora previa indica. Para la gente de Salamanca, que sepa que esta noche tiene una ocasión para ser un poquito más feliz.


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25 de febrero. Partido

La canción de las 10:36. Cual mantra toledana, el entrenador que cambió la historia de mi equipo, habla machaconamente de partido a partido. En realidad, así vivimos. Día a día. Noche a noche. No es posible hacerlo de otra manera. Tampoco es posible hacerlo sin música. Por eso me empeño es seguir horadando la superficie para encontrar placer. Hoy lo hallo en el grupo que lidera Víctor Partido y que como su apellido se llama. Deben ser del Barça, pero tampoco me importa en demasía mientras me sigan dando, sin pedirlo, fantásticas melodías.

24 de febrero. Os amigos dos musicos

La canción de las 13:14. Una única canción de esta chavalada gallega pude escuchar en la mágica y sabatina noche del brutal concierto de José González en Santiago. Eran los teloneros del primoroso sueco de nombre tan común y de talento tan extraordinario. El pulpo, los boquerones, las patacas y la mejor de las posibles compañías, fueron las causantes. Las perdono a todas ellas. Confieso mi pecado y el deán de la catedral me impone como penitencia compartir su música. Presentaciones hechas: Amigos de la música, aquí Os amigos dos musicos. Encantados todos de conocernos.
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Nanas y acurruques. José González en concierto

No está hecha la miel para la boca del asno. No me gusta en demasía la miel, mas no soy un asno. Tenía ligeras sospechas de esto último, pero lo comprobé del todo en el maravilloso recital que José González ofreció el pasado sábado en la sala Capitol de Santiago de Compostela.
Comencemos por las verdades absolutas.
Primera: Jamás en mi vida, y he visto una cantidad bastante respetable de conciertos, escuché un sonido tan rematadamente perfecto como el logrado en el espacio gallego. Ya prometía el fantástico cubículo nada más entrar, pero las expectativas quedaron en poquísima cosa. Envidia, viniendo de donde vengo, fue la palabra exacta para definir la sensación experimentada al ver a, yo qué sé, ¿700 personas? disfrutando con todas las letras, de la “d” a la “o”, de un sonido imposible de mejorar.
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Segunda: Ni José González es, por más que pudiera parecerlo, el nombre del presidente de su comunidad de vecinos ni el del mediocentro defensivo del Villarobledo Fútbol Club. ¿Que podría darse la casualidad y ser así? Pues sí. Pero en cualquiera de esos dos casos no me habría yo hecho más de 400 kilómetros para emocionarme con él.
Tercera: No es la de José González, esplendente cantante sueco con raíces argentinas, una música para todos los públicos. Ni de lejos.
Cuarta: Quizá no sean las horas centrales de la noche las mejores para presenciar un concierto del autor de la mejor versión posible del clásico de The Knife, “Heartbeats”. Comenzando pasadas las diez y cuarto de la noche, el sueño te puede llegar a vencer, pero, eso sí, en forma de mágica nana, de fantástico acurruque, de hipnótico bamboleo. Y lo que es mejor, sin oponer ninguna resistencia por tu parte.
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Quinta: Las cuatro anteriores y todo lo que ahora viene.
Es José González un virtuoso espectacular, un músico tremendo que logra un ambiente casi místico en sus conciertos. Lo comprobamos todos los hipsters, indies y gente normal que nos acercamos a adorarle hasta el centro de mi particular tierra prometida. Rodeado de talento por los cuatro costados (bongos, batería, guitarra y teclados), recetó hora y media de música arriesgada, en la que hubo lugar y tiempo para desde asombrar con fantásticas armonías vocales hasta hacerlo con retazos de la mejor música ambiental.
A mediados del por tantas cosas inolvidable concierto, González, solo en el escenario con su acústica guitarra, levitó durante diez minutos. Cuando me dejaba la pertinaz emoción, únicamente tenía ojos para buscar las, al menos, tres guitarras que a mí me parecía escuchar. Y solo había una.
Fecha: 21 de febrero de 2015.
Lugar: Sala Capitol (Santiago de Compostela).
 

23 de febrero. Passiflora

La canción de las 17:59. Regreso del paraíso y hasta manzanas había. Vuelvo al hogar y reconozco que me cuesta como cada vez que toco aquello que debe ser la felicidad con la yema del más largo de mis dedos. Busco medicinas para el dolor propio y mi médico de cabecera me recomienda música completamente desconocida. Me cuesta leer la letra en la receta, pero creo entender algo así como Passiflora. Se trata de un grupo costarricense que dicen hacer gipsy folk. Me llevo dos cajas y, además, gratis. Espero que me hagan efecto.
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20 de febrero. Flanagan

La canción de las 12:55. Leo la palabra Flanagan y me suena a un teniente sordo con ese apellido. Si solo me pasa a mí es que sigo siendo el rarito del grupo. El asunto es que así se llaman estos tipos de Mataró con los que me encontré de buena mañana. Ritmos curiosos y letras más aún, dignos ambas de ser compartidos cual regalo de mediodía. A veces, como a ellos, a mí también me encantaría estar en Groenlandia.
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19 de febrero. David Anthony Clark

La canción de las 10:59. Desperté, id a saber por qué, recordando mi gloriosa semana irlandesa de hace años y mi cabeza acudió rauda y veloz en busca de música para regalar. Tendría quintales y toneladas métricas de melodías para hacerlo, pero caprichoso que soy, preferí viajar a uno de mis destinos deseados, Nueva Zelanda, al otro lado del mundo. Allí nació este genio llamado David Anthony Clark, que reflejó como pocos la emigración verde hacia el nuevo continente americano. Este emocionantísimo “A new and blessed land” nunca podrá salir de mi cabeza. No le dejo.